
Desde el tiempo de la antigua Grecia, las personas han tratado de perseguir y alcanzar los ideales de belleza de cada momento. Siempre ha habido un canon prefijado para hombres y mujeres. Los cánones no sólo se quedan en la moda, sino que se adentran en el mundo de las esculturas o las pinturas, en general; en el mundo del arte. La moda es considerada en muchas ocasiones, parte de lo que calificamos como arte.
Existe una relación directa entre el canon de belleza y los cambios sociales que se dan a lo largo de la historia. La palabra canon, tal y como indica la RAE, proviene del griego ‘kanon’, que significa “regla o vara para medir”. Varias tesis y documentos apuntan a que lo que hoy conocemos como “el ideal estético”, impulsado por Platón, empezó en la antigua Grecia clásica; sin embargo, fue el escultor Policreto el que desarrolló la “divina proporción”, basado en que el cuerpo debía medir 7 veces la cabeza y que se convirtió en el ideal de belleza griego. Siguiendo la línea marcada por Platón, el cuerpo debía estar totalmente proporcionado para ser bello; en eso se basaba la belleza, en la simetría, la armonía y la proporción.
La mujer perfecta de esta época tenía los rasgos pequeños, con los ojos grandes y almendrados, pelo ondulado, labios y orejas de un tamaño medio, la nariz afilada y la forma de la cara ovalada, contando, por supuesto, con un cuerpo robusto. Con robusto nos referimos a que eran mujeres delgadas pero de caderas anchas y muslos generosos, además de senos pequeños y de curvas suaves.
El hombre, por el contrario, debía tener un cuerpo atlético y musculoso. Las piernas debían ser muy largas, al igual que su alta y corpulenta figura. El pelo era rizado y muy abundante, la nariz poderosa y la mandíbula –jawline-, muy marcada; la boca pequeña que a diferencia de los ojos, eran muy grandes. Los cánones de belleza romanos eran muy parecidos a los griegos, por no decir iguales.